Capitùlo I: Zapallos, zapallos, zapallos, mas zapallos y calabazas
Zepergin caminaba con un balde de la luna, cargado de almendras de siempre nos gusta bailar. El aire que se respiraba era tan fresco como solamente puede serlo el que se conforma por flores de fresìas y de madreselvas soltadas a la atmósfera como besos al aire de una mujer enamorada. Zepergin mostraba una sonrisa de felicidad de no la cambiarìa por nada, acompañandose por una banda de mariposas con alas de treboles que vigilaban y por si acaso que el niño no dejara y ni por un momento de sonreir. Llegò hasta un charco de agua de cristal donde observar su rostro lo tento a saltar, y salto dos, tres veces con la ilusiòn de un grillo en su sueño, mojandose las suelas como si eso no importarà y ciertamente que no importaba, crujian a su lado y en su viaje las almendras pero por ninguna maravilla se iban a callar. De pronto se le dio por silbar y silbo, y una brisa que venìa como en una hoja de paraíso flotando a la deriva lo imito pero le saliò tan bien el chiste que se transformo en caramelo dulce que viaja por el aire para lamber la lengua hasta que los confites vuelvan al bolsillo otra vez. Zepergin de pronto se vio sorprendido por una conversación de zapallos que venìa desde un sembrado cercano. Y con la curiosidad que se puede tener nada mas que una vez fue hasta su lado para descubrir desde su vìspera que era lo que se decìan. Escuchò con respeto sin molestar a los señores conversantes que hablaban de una fiesta de luces y no cansarse jamàs justo en el instante en que luciérnagas con alas de orégano y tomillo volaban sobre un espacio de abundante grama y verde laurel. El perfume de lo que alguna vez serà, fue o ya es lo alegro de nuevo una ocasiòn mas, y junto con èl tambièn fueron felices los que lo vieròn, lo sintieròn y pensaròn en Zepergin como en un ejemplo de paz. Quiso saber mas y averiguar sobre la historia de los zapallos, pero las calabazas que tenìa a sus pies le advirtieròn que mamà lo extrañarìa con melancolía de dònde estarà. Zepergin se ensombreciò un poco, pero le durò lo que un vuelo de alcaucil, Beberà estaba a su costado para abrazarlo con amor de doy todo lo que puedo y tambièn un poco mas. Juntos se fueron hasta la cabaña con maderas de chocolate a darlas vueltas como en un remolino de torta de crema y de frutilla. Tomados de la mano llegaròn hasta un arcoiris de colores bajo un cielo con cascaras de sandìa y dulzura de nunca se acabarà. Madre e hijo felices en su rostro, en su corazòn y en todo lo que los unìera desde el principio hasta el final.
Capitùlo II: Buen dìa mañanita
Beberà y su pequeño hijo Zepergin se fueron hasta donde estaba la vaca de dar dulce de leche. De cuclillas en el piso tuvìeron que rascarle de la panza con uñas de ensoñaciòn para que largara del mas dulce y no se hicìera la distraìda. Hubo tambièn una senda de hojas secas de hacer ruido que se partìan con la primera pisada de los pies hasta no quedar mas que un polvillo seco que no conducìa a nada. Se presento ante los dos un árbol con pasas de uva, listas para ser ingeridas por la vòracidad de cualquier garganta. Tomaròn de apuñados junto a unos caracoles que dejaban su baba en cada tallo como señal de su realidad. Hijo y madre se dieròn el gusto de encontrarse con un secreto que se habìa perdido hacìa bastante tiempo y que tenìa que ver con lo no visto y hablado o con lo no sabido y escuchado, lo cierto es que se les develo el secreto y quien lo hizo tenìa la voz muy aguda como de mago o algo asì. Con los labios entumecidos por la hùmedad de los sectores Beberà le pidiò a su hijo que girara como un trompo hasta que una planta de rabanito lo detuvìera. Zepergin obedeciò y asì pronto se vio sentado en el piso con el pelo yendose a cualquier lado pero masticando un rabanito con algo de tierra y de raìz. A la vista de sus ojos apareciò toda una pradera verde de hojas de terciopelo y en el cielo allà arriba las nubes se habìan vuelto de gasa y tenìan gusto a melòn. La tonalidad que las dominaba era magistral casi como el misterio mismo de la creación aunque sin tanta cantidad de años como para poder demostrar la acciòn. Estanques de agua playa sobre un lecho de cieno y verde donde nadaban sin problemas peces de todos los colores y tamaños, enredaderas que caìan en forma de anillos dorados mientras bailaban en el aire la danza de la flor de la felicidad. Zepergin sonreìa porque tenìa a su madre a su lado, pero tambièn porque en esa hora de la vida no se puede hacer otra cosa. Y mucho menos cuando una dama de entrados años y kilos te saluda como si fuera tu propia madre aunque no lo es, sino simplemente una persona a la que le gusta decir…”buen dìa mañanita, hoy no hay nada mejor para hacer”…Zepergin sonreìa cada vez que la escuchaba, pero esa vez no. Y es que su mente se hallò demasiado ocupada en una mata de hongos rojosoles y lilalunas que invitaban a una ambrosìa para la boca, pero Beberà no se lo permitiò porque no era tiempo sino de andar y no de esperar hasta el pròximo tramo de la vida en que seguir es avanzar un poco mas.
Capitùlo III:La hora del atardecer
Zepergin pudo hacer de las suyas con el perro Osco rodando a travès de una loma de grava color amarillo. Para caer y dar vueltas por el mismo lugar una, dos, tres veces hasta embadurnarse bien la cara como de miel y no se que mas. Con intenciones de continuar con la alegrìa se asomo a la ventana de turròn de su habitación y sin darle un mordisco, sino simplemente probandolo con la punta de sus dientes dio la aprobación para el nuevo sabor.
De nueces y manì, leche caliente y una que otra fruta de brillantes invaluable. Por quien la da, quien la hace, quien la pone a secar agradeciò como puede hacerlo un nene mirando el horizonte en el que serà mañana, futuro, presente y tambièn hoy. Su perro le apoyo las manos en el pecho y lo tiro al suelo como si fuera un muñeco, pero ciertamente que no lo era y ni mucho menos y ni mucho mas. Zepergin comenzò a arrojarle tal vez en señal de venganza aràndanos pequeños listos para la venta que nadie reclamo. El infante junto algunos del piso para llenarse la boca de un hasta la pròxima sin nadie que le regañara y no supo de limìtes sino cuando ya fue demasiado tarde. Tuvo que dar un pedacito de su corazòn a su madre para que por favor lo ayudara a quitarle esa molestìa. Beberà ofrendo la mayor de las ternuras, a la menos de las debilidades y es una situación que no se puede transferir de cuerpo a cuerpo y que se debe padecer especialmente de modo personal, ya que no existe la posibilidad de que dos personas tengan la misma reacción ante la ingesta exàgerada de frutos que hay en el campo. Beberà reto a su hijo aunque sin saber muy bien que decir y es que tiene tan poca edad que ni siquiera ha tenido tiempo de aprender nada.
Tan solo y en ocasiones un poco, de observar. Y es una lecciòn que lleva tiempo la de vivir sin perturbaciones. Zepergin tiene tiempo para aprender del mismo modo que lo tienen los que viven a su lado: Porque no hay truco que sirva si uno no se porta bien y entiende mal y lo aplica al reves. La historìa ocurre donde uno cree, donde uno sucede, donde uno vive, se equivoca o hace todo al reves. Hay que elevar la vista al cielo y saber que todo puede comenzar, nacer y suceder. La confianza ayuda, pero mas ayuda creer en lo que se es. Fin.
sábado, 15 de diciembre de 2007
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